TARCUS HORACIO La Biblia del Proletariado

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El historiador argentino Horacio Tarcus se ha transformado en un referente indiscutido a la hora de estudiar las recepciones del marxismo en América latina. Entre sus obras más conocidas se destacan El marxismo olvidado en la Argentina - Silvio Frondizi y Milcíades Peña (1996), Marx en la Argentina, sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos(2007), El socialismo romántico en el Río de la Plata (2016), entre otras. En el libro que reseñamos, analiza las disputas ideológicas de los traductores y editores de El Capital en Hispanoamérica entre fines del siglo XIX e inicios del XXI. Tarcus nos recuerda, tal como planteara en su momento Barthes, que los traductores y editores no son neutrales, sino orquestadores, aquellos que en vez de ser la fuente de donde brota el texto, combinan la traducción con sus ideologías e inclinaciones políticas1.

El tema central del libro es el de la “legitimidad” y “autoridad” de los traductores y editores de El Capital. Se sabe que Marx falleció cuando solo había terminado el primer tomo de El Capital. A Engels le correspondió editar el segundo y tercer tomo, en tanto que Kautsky asumió el rol de albacea de sus documentos y editor del libro en un formato popular. Por esta razón, la mayor o menor fidelidad de la traducción y edición de El Capital se transformaría, al calor de las vicisitudes del movimiento comunista internacional, en un espacio de permanente disputa ideológica entre las distintas vertientes políticas que reivindicaban el marxismo (comunistas, socialistas, etc.).

En la introducción de La Biblia, el autor delimita claramente su investigación; no se propone abordar la producción teórica de El Capital ni las circunstancias históricas en que se escribió, sino los aspectos más significativos de la recepción y circulación del libro en el mundo de habla hispana (p. 13). Esta precisión metodológica tiene un doble efecto: por una parte, define claramente los límites del estudio a la recepción y circulación del texto y, por otra, enfoca el análisis en la reconstrucción histórica de los pioneros de la traducción de El Capital y en las vicisitudes de esta a través del tiempo. A partir de estas premisas, Tarcus despliega toda su erudición investigativa, construyendo un relato inédito sobre la historia de las ideas de izquierda en América Latina, tal como en sus obras anteriores. Tal vez el texto hubiese ganado en profundidad si hubiese reconstruido el itinerario que siguieron las traducciones de El Capital en función de los zigzagueos políticos del PCUS; por ejemplo, la bolchevización de los Partidos comunistas, los frentes populares, la revolución democrático-burguesa, etc. Porque, aunque los cambios de línea política de los partidos de izquierda no son el único factor que interviene en las disputas ideológicas en torno a las traducciones de El Capital, no dejan de ser un factor importante. Por otra parte, si hubiese incluido en este mismo libro su investigación sobre la recepción de El Manifiesto Comunista, el lector tendría un panorama aún más completo de la recepción y circulación de los escritos y de las ideas de Marx en Hispanoamérica2.

El libro de Tarcus está estructurado en cinco capítulos. En el primer capítulo, titulado La edición prínceps y las reediciones alemanas, describe las traducciones de El Capital al alemán, así como sus ediciones y reediciones, todas las cuales servirían posteriormente para las traducciones al castellano (p. 19). Entre estas, Tarcus destaca una de las más populares, la hecha por Karl Kautsky (1914) quien introdujo algunos cambios en el original a partir de algunas ideas expresadas por Marx en sus cartas y manuscritos, que conservaba en su poder. Por razones ideológicas, las traducciones del Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú descartaron las modificaciones introducidas por Kautsky, al que consideraban el “padre del revisionismo” (p. 24). Tarcus describe, asimismo, el proyecto de publicar una edición crítica de El Capital, formulado por el Instituto MEGA (Marx-Engels-Gesamtausgabe). Proyecto que no pudo concretarse dado que sus autores fueron víctimas de las purgas estalinistas: Rjazanov fue fusilado y Adoratsky se exilió (p. 24).

El capítulo 2, titulado Primeras traducciones, reconstruye el camino que recorrió El Capital para su primera traducción al ruso, obra del anarquista Bakunin; luego le siguió la de Lopatin y la definitiva, hecha por Poljakov (1872). Tarcus no se enfoca en la recepción de la obra en Rusia, sino en las relaciones que entablaron los “populistas” rusos con Marx durante el proceso de traducción del texto (p. 30). Aborda, además, los avatares de la traducción de El Capital al francés realizada por Joseph Roy, con la directa asesoría de Marx, de ahí que este fuera el texto oficial del Partido Comunista Francés durante todo el siglo XX (p. 32).

El capítulo 3, Las versiones al español, el más extenso de la investigación, analiza la trayectoria histórica de El Capital sobre la base de sus doce traductores al castellano, desde fines del siglo XIX hasta inicios del XXI. Aunque es imposible reseñar todas las disputas ideológicas que enfrentaron a los diferentes traductores, me enfocaré en las que reflejan la idea central de Tarcus. Describe inicialmente el itinerario de la primera referencia de El Capital en América latina, dividida en fascículos, a partir de la traducción francesa en 1873 (p. 38). En seguida, analiza la primera traducción de El Capital al castellano, hecha por Pablo Correa y Zorrilla. Tarcus reconstruye de forma nítida las tensiones ideológicas que provocó en la izquierda española la opción política federalista de Correa y Zorrilla. Su traducción fue deslegitimada por el naciente líder del PSOE, Pablo Iglesias, lo que indujo a otros editores, como García Quejido, a realizar una nueva traducción de El Capital que permitiera “afirmar la formación teórica dentro del socialismo español” (p. 43). La misión de traducir el libro desde la edición alemana le fue encomendada a uno de los fundadores del socialismo argentino, el médico Juan B. Justo. Según Tarcus, de esta versión, que circuló entre 1897 y 1898 y que es considerada por los críticos como una traducción meritoria, se hicieron tres reediciones (1918-1946-1947) (p. 50).

En la segunda parte del capítulo, Tarcus aborda la traducción al castellano de El Capital que hicieran Manuel Pedroso y Wenceslao Roces. Durante la segunda república española, Manuel Pedroso, abogado socialista, tradujo por primera vez al castellano los tres tomos de El Capital (p. 56). El movimiento comunista español rechazó radicalmente la traducción de Pedroso, dado que en esos años el PCE había adoptado la política del “Tercer periodo” o de “clase contra clase”, que confrontaba a los comunistas con las corrientes socialdemócratas. La nueva traducción estuvo a cargo del abogado comunista Wenceslao Roces. La primera traducción de Roces data de 1934, pero la más divulgada fue la que hizo entre 1946 y 1947. Editada por el Fondo de Cultura Económica, alcanzó 230.000 ediciones entre 1945 y 2015 (p. 67).

En la tercera parte del capítulo, Tarcus reconstruye el itinerario de la edición de El Capital hecha por el argentino Pedro Scaron, publicada entre 1975 y 1981. Esta es considerada como la primera edición crítica de la historia de El Capital, por cuanto planteaba que las anteriores ediciones habían sido incorrectamente validadas por “sucesivas fuentes de autoridad” (p. 79). Ponía igualmente en tela de juicio el concepto de “texto definitivo” de El Capital, aunque hubiese sido editado por Engels, Kautsky o el Instituto Marx- Engels-Lenin. Para Scaron, el rol del editor consiste en que el lector sepa claramente cuáles son los cambios introducidos en el texto original, sin confundirlos con los del autor (p. 90). Por esta razón, según Tarcus, la edición de Scaron era “una de las mejores y más cuidadas ediciones de Marx” (p. 91). En la última parte del tercer capítulo, reseña la primera traducción chilena de El Capital, iniciada en la década de los noventa por Hugo Fazio y finalizada por su hijo Cristián, en su época de estudiante de Economía en la Universidad de Lomonosov en Moscú. Fue publicada por LOM Editores en 2010 (p. 100).

El cuarto capítulo, titulado El Capital al alcance de todos: los resúmenes populares, reconstruye lo que fuera el deseo de Marx y uno de los mayores desafíos para los editores y traductores de El Capital: que fuera un texto que pudiera ser comprendido por los trabajadores y sectores populares. Sin embargo, según Tarcus, incluso los dirigentes e intelectuales de izquierda tenían serias dificultades para leer y comprender El Capital. A fines del siglo XIX e inicios del XX era una obra mucho más referenciada que leída. El dirigente comunista de Chile Elías Lafferte afirmaba que “salvo Recabarren, nadie había leído a Marx o Engels […] Los libros de estos eran escasísimos”. (p. 107). Dice Tarcus que el primer resumen popular fue hecho por obra del anarquista Johann Most, ayudado por el mismo Marx en 1876, edición que no tuvo mucho eco en Latinoamérica. Las ediciones más populares difundidas en el continente fueron las de Carlo Cafiero, Gabriel Deville y de Borchardt y Rühle (p. 109). En el quinto capítulo, Presencia de El Capital en el mundo hispanoamericano, el autor sostiene que recién en la década de 1960, los intelectuales radicales de izquierda comenzaron a estudiar directamente El Capital en grupos de lectura extracurriculares (p. 120).

Uno de los logros de este libro es que interpela indirectamente a los historiadores latinoamericanos a investigar la recepción del marxismo en sus respectivos países. En el caso chileno, existen algunos antecedentes del interés suscitado por este tema entre los miembros de la “historiografía marxista clásica”. Nos referimos a Hernán Ramírez Necochea en su Origen y formación del partido comunista de Chile (1964) y los Fundamentos del Marxismo, de Julio César Jobet (1939). Este último, más que una investigación, es un resumen de los fundamentos del pensamiento de Marx, desembarazado de las interpretaciones estalinistas. El historiador Sergio Grez en su texto De la regeneración del pueblo a la huelga general de 1997, desmiente las afirmaciones de Ramírez Necochea acerca de la recepción del marxismo en Magallanes durante la segunda mitad del siglo XIX. Las investigaciones de Massardo sobre el imaginario político de Luis Emilio Recabarren (2008) y La recepción de Gramsci en Chile (2012), así como la tesis doctoral de Paula Vidal Molina sobre La Igualdad en el marxismo chileno (2012), si bien constituyen valiosos antecedentes sobre el tema, son aún insuficientes. Cabe esperar que esta innovadora obra de Tarcus aliente el interés de los investigadores por emprender un estudio sistemático de la recepción del marxismo en Chile. Por ahora, quedamos a la espera de la próxima publicación de Tarcus sobre la recepción del Manifiesto comunista en el mundo hispanohablante.



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